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ACTOR EDUARDO BARRIL; "MI META ES SER FELIZ AQUÍ Y AHORA"

Aunque está lleno de vitalidad y más que vigente, con su papel de Clemente Falsetti en “Graduados”, el actor ya piensa en la muerte. Le da vergüenza pensar en morir en un escenario y no está ni ahí con que su funeral aparezca en los medios. “Hay demasiada gente que se sueña en bronce (…) Pero los van a cagar las palomas”, dice entre risas.


“Cuando uno está más allá que acá, quiere darse tiempo para uno”, dice el actor Eduardo Barril, con 72 años recién cumplidos, pero con una energía que hace dudar de que, como dice él, esté relativamente cerca de morir.

De hecho, su frase no la dice con ánimo fatalista, al contrario.

Entusiasmado, moviendo las manos como el actor más histriónico que pudiera haber, este hombre que lleva 31 teleseries en su cuerpo e incontables obras de teatro a su haber, habla con soltura de las conclusiones que ha tomado en estas alturas de su vida.

“Dejé de aparecer cada año en televisión porque quería más tiempo para mí, para escribir; estaba cansado”, comenta quien actualmente encarna a Clemente Falsetti en la teleserie “Graduados”, de Chilevisión. “A estas alturas del partido, uno tiene que andar a un caballo a la vez. Cuando era mucho más lolo, hace harto tiempo (ríe), daba clases en la universidad, hacía teatro y televisión, peor ya no puedo. Tengo que dedicarme a una sola cosa”, dice contentísimo, como si le encantara la idea de que el paso del tiempo le obligue a concentrarse en un solo asunto. Y probablemente, sí le alegra.

-¿Eres feliz?
“¡Sí, cómo no! Algunos creen que hay que definir qué es la felicidad, que tamaño tiene o cuánto pesa. Pero yo soy feliz con cosas muy simples, aunque sé que ésa es una frase muy mañida. Yo lo aprendí viviendo el día a día no más. Sin hacer grandes proyecciones, sin pensar en grandes metas, porque te ausentan del presente, poniendo tu objetivo más allá. Mi meta es ser feliz aquí y ahora”. 

-¿Cómo lo haces?
“Leyendo un buen libro, comiendo, cocinando, haciendo el amor, fumándome un buen cigarrito con un café… También camino mucho y trato de estar en contacto con la gente, teniendo diálogos con todos y conociendo la ciudad, mi barrio. La idea es ir creando un mundo de seguridad, que es igual a la tranquilidad o felicidad”.

Claro que Eduardo no siempre fue tan zen. Hoy se acuerda que de niño se escapaba solo a los bosques cercanos a su ciudad, Puerto Montt, buscando esa simpleza de la que hoy habla. “Tenía como 12 años y me iba con mi bolsón del colegio, hacía mi fogata y me fumaba un pucho. Igual era medio atorrante en la adolescencia. Imagínate que me echaron del colegio como a los 17. Eso coincidió con la separación de mis padres”.

Después vendría una truncada carrera en el Registro Civil, que acabó cuando su jefe le dijo que pronto estaría sentado en su escritorio, dirigiendo todo. “¡Miércale! Me vi sentado donde estaba él, todo gordo, y le dije no, que hasta ahí no más llegaba. Ya estaría jubilado, ¡qué terrible!”.

Eduardo también pensó en ser sacerdote y periodista, pero lo suyo estaba en la actuación. Así que no dudó en venirse a Santiago a probar suerte en la Chile. El resto es historia, con clásicos como “Esperando a Godot”, “Réquiem para un girasol” y “El Rey Lear”, además de una exitosa estadía en Panamá, donde llegó a ganar un premio nacional por su trabajo cultural en el país.

-Con tantas cosas vividas, ¿hay arrepentimientos a estas alturas?
“Para nada. Como la Edith Piaf, yo no me arrepiento de nada, porque de lo malo también he sacado buenas experiencias, y por algo sobreviví de eso”. 

-¿Hay alguna enseñanza para compartir?
“Uno no puede sentarse en un podio ni dictar, ¡qué lata! Tuve mucha suerte de ser profesor de Aldo Parodi, Alfredo Castro, de Andrés Pérez y la Claudia di Girolamo, y lo bonito fue enseñarles nunca desde la arrogancia, sino a la altura de ellos. Hay algunos colegas y profesores que se creen el hoyo del queque. Pero en el hoyo no hay nada, Yo me creo la masa del queque; estoy con el azúcar, con la mantequilla, con la harina. Eso me ayuda a no cerrarme y aprender”. 

-¿Hablas de ser humilde?
“¡Exacto! Y no se trata de vestirse con el ropaje del humilde para que el resto te vea. Eso es falso. Ser humilde es ser cercano a la gente, y no mirar en menos el conocimiento o desconocimiento del otro. Se trata del respeto; algo que se ha perdido mucho en el país. Es triste ver cómo en nuestro Chile, por falta de humildad, se han cerrado escuelas de arte, teatros, librerías… ¡Por las farmacias! (dice con un histrionismo a viva voz)”.

-Por qué dices que te sientes más allá que acá. Pareces lleno de vitalidad.
“Es que es verdad. Y al estar más allá que acá, uno empieza a comprometerse más con las cosas. Uno no puede decir ‘ya, me voy. Que les vaya bien y arréglensela como puedan’. No sé cuánto me queda, pero siento una necesidad de hablar de ciertas cosas. Pero nada más, no quiero darme tareas. Hago cosas porque me gustan, como escribir; sin el afán de publicar, me da lata. Por lo mismo no postulo al Premio Nacional. Creo que no me lo merezco y además, ya hay demasiada gente que se sueña en bronce”.

-¿Para ser recordados para siempre?
“Sí, y que quede su ‘legado’ (dice, dramatizando la palabra), verse en bronce para la posteridad. Pero los van a cagar las palomas, y va a llegar otro señor a preguntarse qué se cree este, quién es, a quién le ganó, hasta que saquen tu estatua y te desarmen. Mi idea es dejar nada que sea visible. Como decía el Principito, ‘lo esencial es invisible a los ojos’”.

-¿Y dónde está tu ‘legado’, entonces?
“En el recuerdo de la buena gente que me quiso y que quise, en los buenos alumnos que tuve y que agarraron algo de lo que les enseñé. Ya ellos lo irán comunicando hasta que se extinga por estar demodé. Somos finitos”.

-Ya que hablaste de muerte, ¿te gustaría morir en el escenario?
“¡No! ¡Qué lata! ¡Qué molestia! ¡Qué bochorno! Sé que hay muchos colegas que sueñan y dicen: ‘Quiero morir frente a mi público’. Pero qué cosa más de mal gusto ir a morir frente a los compadres que pagaron una entrada, como si uno no tuviera dónde caerse muerto. No, yo quiero morir lo más piola, y ojalá, que no se entere nadie, sino hasta una semana después. No quiero que salga en televisión, sería muy poco humilde. Y tampoco me interesa que los amigos lleguen al funeral para que los vean las cámaras. Además, no va a faltar el tontorrón que va a hacer un chiste a propósito de algo de tu vida, y te saquen que fuiste un curado o que tuviste no sé cuántas mujeres”. 

Tanto es el deseo de jamás ir a morir de manera pública, que Eduardo recuerda patente cuando, hace diez años, se tropezó en plena escena de la obra “Provincia señalada”, de Rodrigo Pérez, faltando apenas 10 minutos para que terminara. Al apoyarse con sus manos, el actor sintió el terrible dolor de la fractura de una de sus muñecas, al caer al suelo.

“Sentí un dolor intenso, sudé helado. Tanto, que se me mojó toda la ropa. Y quedé ahí, amarillo. No sé adónde se me había ido la sangre, pero me empecé a ir a negro y creí que me moría en el peor lugar. ‘¡Qué lata! ¡Qué vergüenza! ¡El cura Gatica, que predica y no practica!’, pensaba. De repente volví, y lo único que pensaba era en terminar la obra. Me paré y sentía cómo colgaba mi mano. Era tanto, que Rodrigo miraba a mi mujer, la Ximena, que le decía que mejor apagara las luces no más. Pero yo, como si fuera parte de la obra, gritaba ‘¡nooo!’, cuando empezaban a bajar la luz (ríe). Al final terminamos y todos aplaudieron! Yo quería salir a saludar, pero no me dejaron; me llevaron a la clínica y terminé con yeso”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Soy maniático del orden. Me gusta saber exactamente dónde están las cosas y que todo tenga su lugar. Cosa de viejos, pues. También me gusta escribir. Mira, te voy a contar un cuento corto que hice. Se llama ‘El vuelo’: —¡Voy a volar! —le dijo. Ella no le creyó, cansada der tantas cuentas impagas de gas, luz y teléfono. —¡Haz lo que quieras! —gritó contra la ventana. Y como el tipo no era un ángel, se estrelló desde el piso 19, que habitaba con su amor. ¡Puk!
“He pensado en postular a ‘Santiago en 100 palabras’, pero de los cinco millones de cuentos que deben llegar, el mío puede pasar soplado. Así que, para qué, si te lo puedo contar a ti”.

Fuente; www.emol.cl 
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